Vivir el arte, vivir del arte

Para Laura Holguín

Vivir el arte, vivir del arte

Agradezco a Manuel Velázquez la invitación para participar en este foro. Reconozco que con dudas respecto a mi capacidad para decir algo con el carácter más o menos academico o teórico que se espera, dado que mi experiencia es básicamente la de un ceramista, y para nada la de un intelectual estudioso del tema.

Pero sin embargo, a pesar de esto, al aceptar la invitación, pensé que el intento de compartir y explicar algunas de  mis ideas de todos estos años dedicados a la cerámica como una forma de arte, puede tener algún sentido muy directo, personal y práctico, ya que son el resultado de una experiencia personal a la que he dedicado mucha atención. Y con la esperanza de que puedan ser de alguna utilidad para ustedes; especialmente para los más jóvenes, los que están iniciando su carrera en el arte, y que como es natural, tienen enormes dudas sobre la mejor manera de definir su camino. ¿Qué hacer para vivir del arte? ¿Cómo hacerlo? Especialmente en estos tiempos tan complicados, tan confusos, en los que tantos de los valores tradicionales en relación con el arte están en cuestión, o según algunos son obsoletos, y en los que por eso mismo, parece tan importante y necesaria la definición de algunas prioridades esenciales.

Vivir del arte ha sido siempre una forma muy particular de vivir. Si la necesidad de encontrar un camino productivo en la vida, sea cual sea la actividad de que se trate, implica siempre un gran esfuerzo, hacerlo a partir de la creación artística es en muchos sentidos aún más complejo, y exige mucha atención a diversos aspectos que exigen una definición y decisiones concretas adecuadas para  conseguir que el impulso creativo fundamental alcance una cierta solidez, y llegue a ser una realidad práctica con las características que permitan considerarlo realmente creación artística. Existen muchísimas posibilidades para intentarlo, y al decir esto tengo que reiterar que mi experiencia se reduce al campo específico de la cerámica, ya que la problemática para cualquier otra disciplina artística es desde luego particular. Y desconocida para mí en detalle, ya que obviamente hacer una carrera en la fotografía, la música o la literatura exigirá decisiones muy distintas en muchos sentidos. Pero lo que pienso es común a todas es que así como hay gran variedad de opciones positivas para el intento de construcción de un camino personal, también hay desde luego muchas posibles trampas que pueden dar al traste con el intento. Y dependerá de la congruencia y eficacia de la serie de decisiones que se tomen, si el proyecto logra alcanzar la calidad que se soñó.

Un sueño, sí, una meta muy ambiciosa. Porque si lo pensamos bien, el arte es eso: una desmesurada ambición. El arte, ese algo que no tiene ninguna utilidad práctica, que no sirve para nada, que no se come, que nadie necesita para satisfacer sus necesidades elementales, pero sin el cual misteriosamente no podemos vivir. Y que exige de los que lo hacen una entrega absoluta, radical, una especie de obsesión centrada en la expresión personal a través de todo lo que podamos desarrollar e inventar a través del diálogo con un material. Un sacrificio, como lo definió Andrei Tarkovsky.  En todo caso, un hambre insaciable, un juego infinito, un reto permanente, y al final de cuentas, una insatisfacción garantizada, ya que nunca alcanzaremos a hacer o expresar todo lo que quisiéramos. Lo mejor que hagamos será siempre una aproximación a ese absoluto.  Más nos vale que así sea. Un artista satisfecho no es un artista. Sabiendo dos cosas más: que nadie puede guiarnos realmente y que nunca se debe trabajar para satisfacer las expectativas de nadie, ni de los que más saben, ni siquiera de los que hayamos podido considerar maestros.  Porque el camino creativo exige independencia y capacidad para ir cada día más lejos, abandonando siempre la relativa seguridad de lo que ya se sabe, para ir más allá, hacia donde nos lleve nuestra intuición. Y en esto hace falta asumir la responsabilidad completa, individual.

Pero al pensar en  la realización práctica de este empeño, tras todos los años que he intentado hacerlo, caigo en la cuenta de que aunado al esfuerzo de preservar y hacer crecer ese carácter creativo esencial al que me refería antes, el del sueño inicial, ingenuo e ignorante de todo lo que habría que enfrentar y resolver, resulta que al paso de los muchos años, hoy en día soy, además de un ceramista más o menos reconocido, el dueño de un taller; un taller que, me guste o no me guste, es también, además de un espacio para mi creación, una empresa, o una especie de empresa con características muy particulares, pero a fin de cuentas con muchos aspectos que exigen una atención administrativa y de gestión, costos, insumos, gastos, cuentas que llevar,  cartas que escribir, relaciones públicas indispensables, difusión o promoción necesarias, envíos, empaques, cobros, consignaciones, relaciones con hacienda, con el banco, con aduanas, etcétera. En fin, toda una serie de cuestiones en las que desde luego no podía pensar hace cuarenta y cinco años cuando decidí que quería aprender a hacer cacharros y vivir de eso. Y la verdad es que son tantas las necesidades de gestión que debo atender, que en ocasiones pienso que es casi un milagro, o al menos una gran suerte, cuando entre tantas horas de ejercer como empresario, representante o secretario de mí mismo, puedo por momentos dedicar mi tiempo y atención al barro, a jugar con él sin interrupciones por algunas horas.

Todo este conocimiento resultado de la experiencia es lo que me permite este intento de compartirlo con ustedes, con la posibilidad de recorrer y revisar lo que pienso ha sido esencial, lo que he buscado, lo que he encontrado, lo que ha venido sucediendo a veces gradualmente, a veces de repente y por una serie de azares y coincidencias imprevisibles, pero que a final de cuentas constituye la realización del vago proyecto hasta alcanzar una relativa estabilidad. Y sí, pensando también que indudablemente ha habido también una parte de suerte, ya que el riesgo de fallar era grande.

Porque recuerdo muy bien cómo desde el principio del camino, cuando entré a la EDA y di mis primeros pasos en la cerámica, tuve que enfrentar la opinión de los que en ese tiempo eran los mayores, los que ya tenían talleres o daban clases, y todos ellos me decían que lo que yo pretendía era irrealizable. Que vivir en México de la venta de mi trabajo personal sería imposible, que quizás la única opción realista sería la de combinar una producción industrial con lo creativo, ya que vivir de vender piezas únicas era un sueño. Y no sé qué fue lo que me dio la rara certeza de que mi proyecto, tan vago y tan indefinido, era realizable. Supongo que la ignorancia. Al respecto, en los últimos tiempos he pensado que a mi posición de entonces se le puede aplicar muy bien la frase que algunos atribuyen a Mark Twain y otros a Einstein: “como no sabía que era imposible, pues lo hice”. El tiempo me hizo comprender y modificar muchas de mis ingenuas ideas originales, pero estoy seguro de que lo esencial no ha cambiado nunca.

Analizando el proceso, descubro que todo se ha dado a partir de la toma de decisiones. Y es así como me gusta explicarlo, de manera muy práctica y directa. Porque no es resultado de un talento especial, ni se ha dado sólo por mi buena suerte, y lo veo más bien como el resultado del efecto concreto de cada decisión que tomé en el camino. Y de las decisiones que sigo teniendo que tomar hoy en día. Porque un proyecto así, como algo vivo, es algo siempre cambiante y sigue exigiendo decisiones nuevas con mucha frecuencia.

La primera de esta serie de decisiones fue más bien un descubrimiento. La casi impensable revelación de la que tantas veces he hablado, al saber o sentir que trabajar con el barro era exactamente eso que había estado buscando a lo largo de tantos años de dudas e indefinición. Y entonces, en ese caso la decisión fue relativamente sencilla. Simplemente no había necesidad de seguir buscando: supe cuál era el camino.  

Pero de inmediato se hizo evidente que para realizar eso, de lo que no sabía nada, lo primero que necesitaba era aprender, y como yo tenía  muy  claro que eso que se llama talento o facilidad natural era algo de lo que carecía, el único camino posible pasaba por la adquisición del oficio. Aprender a tornear, pasar todas las horas necesarias, miles, hasta conseguir hacer cacharros más o menos decentes. Eso y todo lo demás, el oficio complejo que tiene que adquirir cualquiera que pretenda hacer cerámica. El acento que desde hace años pongo siempre en la importancia del oficio proviene sin duda de esa experiencia personal: sin un conocimiento profundo de las técnicas fundamentales me parece imposible crear algo que valga la pena. El oficio y eso que Jacques Brel el gran poeta y compositor definió como talento. No la facilidad natural, sino las “auténticas ganas de hacer algo”.

Pero desde luego, ese proceso inicial del aprendizaje, que por cierto nunca termina, fue nada más la primera etapa. Después fue indispensable pasar a otra: ¿cómo seguir adelante tras los años de escuela? Momento de más decisiones, muchas de ellas claves.  Y mi idea fundamental fue desde entonces, el luchar a como diera lugar por la máxima independencia posible. Que tiene un costo alto, pero que me parece también lo más congruente con la creación. Porque la creación exige libertad, y se debe dar en un contexto lo más libre posible, lo menos comprometido con nada ni con nadie, lo menos dependiente de instituciones, gobiernos, apoyos  o salarios.

Es mi experiencia personal. Así es como he querido vivir, decidiendo de acuerdo a las alternativas que se me fueron presentando a medida que avanzaba. Habiendo descubierto muy joven, algo que fue determinante: no querer y no poder trabajar para alguien. Una incapacidad que inevitablemente me empujó hacia la  independencia como única opción. Y la independencia significó, entre otras cosas, apostar de manera exclusiva a que la sobrevivencia, el modus vivendi, fuera exclusivamente el resultado de la venta de mi producción. De manera muy práctica, como un panadero debe vivir de la venta de sus panes, del mismo modo pensé que un ceramista debe vivir de la venta de sus panes de barro.

Di clases por un año. Todavía como estudiante de la escuela, el maestro jefe del taller me ofreció una plaza y como en ese momento no tenía ni siquiera una producción, y ya tenía un hijo… decidí aceptarlo. Pero me bastó ese año para saber que hacerlo era una distracción, que era mejor dedicar todo mi tiempo al trabajo mismo.  Nunca he vuelto a dar clases. Pensando también que esa opción más o menos segura de ganar algo de dinero es también muy exigente de un tiempo que nunca sobra. Y una seguridad que no me conviene tener. Y aclaro que en mi taller, y desde hace años, recibo con frecuencia a aprendices, pero no es un taller escuela, nunca he dado clases, nunca he cobrado por eso, y enseñar lo que sé (y lo hago con gusto) lo veo más bien como una responsabilidad que me corresponde. Porque no se me olvida el apoyo generoso que he recibido de tanta gente a lo largo de mi carrera. Y porque como no sé quién lo dijo: debemos pagar hacia abajo.

Tampoco he buscado tener un puesto en ninguna institución, pensando que la realidad de un salario fijo, garantía de una cierta estabilidad económica, es también una posible trampa. De nuevo, el tiempo necesario para cumplir con el trabajo institucional es un tiempo importante y no fácilmente de productividad creativa. Y aclaro de nuevo que esta es una posición personal, que respeto la de otros que consiguen comprometerse con proyectos de carácter cultural y a la vez consiguen darse el tiempo para una obra propia.

Otra cosa que nunca he hecho desde que tuve un taller fue intentar obtener becas. En nuestros tiempos en los que tantos buscan esa opción, con el Conaculta como apoyo de su trabajo, y supuestamente por el prestigio que representa ser miembro del sistema nacional de creadores, además del buen dinero que reciben, yo prefiero no hacerlo, y de nuevo por tener la mayor independencia posible. No deberle nada a nadie. Pero en fin, es una vez más una cuestión personal. Cada artista debe saber lo que quiere y las razones por las que solicita becas. O no.

Participar en concursos, con la finalidad de obtener reconocimiento (y algún dinero también), es una opción que muchos utilizan. Y pienso que puede ser algo bueno especialmente para los artistas jóvenes. Pero que a mí no me interesa. Porque el arte no es deporte, porque el arte no se deja medir. No es una carrera en la que alguien llega primero a la meta, o salta más alto, o anota más puntos. Y aunque es cierto que ganar premios puede significar algún reconocimiento que propicie la continuidad del trabajo personal, yo aposté a la posibilidad de obtener ese reconocimiento sin haber nunca ganado un premio. Y creo que no me he hecho falta, que sí ha bastado con la presentación del trabajo para conseguir que éste haya sido poco a poco valorado.

Pero tras toda esta serie de aspectos en los que como se puede apreciar, hablo de lo que no he hecho, lo que no he querido hacer, quiero decir algo sobre lo mucho que sí he necesitado hacer para construir la posibilidad de sobrevivir y desarrollar mi proyecto.

Lo primero y esencial ha sido trabajar, dedicando el máximo tiempo posible a estar en mi taller y con el barro, porque me parece evidente que sólo así es posible alcanzar la calidad que hará que el trabajo sea valorado. Si no hay cierta calidad, todo es más cuesta arriba, o francamente imposible. Por eso es tan importante invertir mucha energía para tener ese tiempo, para poder pagarlo. Gabriel García Márquez dijo un día que para poder escribir lo que quería escribir, necesitaba poder pagarse el tiempo para hacerlo. Y tras la gran sencillez de sus palabras, hay una profunda sabiduría. Me parece que tiene toda la razón, y así lo he intentado también. 

Taller Zoncuantla
Taller en Zoncuantla

Pero es obvio que para lograrlo hizo falta resolver el gran problema de vender mis piezas. ¿Cómo se hace esto? ¿cómo se consigue?

Es verdad que esto es difícil, muy difícil, y que aun al paso de todos estos años sigue requiriendo de un esfuerzo considerable, con la evidencia de que nunca será resuelto del todo. Porque pienso que todo artista, por más éxito que tenga venderá solo una parte de lo que haga. Y debe considerarse afortunado si con eso consigue una situación estable, o al menos esa posibilidad de la que hablaba García Márquez, que es desde luego suficiente para seguir adelante. Y si bien es cierto que a la vuelta de los años he alcanzado una relativa estabilidad para mi taller, puedo desde luego recordar muy bien los muchos años (más de veinte) en los que lo económico fue preocupación fundamental, los años de hacer lo que fuera necesario para poder sobrevivir, pagar barro, insumos, gas. Cuando tener un pedido de ceniceros para un restaurante era gran cosa, o la venta de algunas tazas y platos a algún amigo o pariente solidario. Pero pensando al hacerlo que si bien no era para nada un tiempo de verdadera creación, en todo caso estaba haciendo cerámica, aprendiendo algo más, y confiando en que con el tiempo esto iría cambiando hacia un tiempo de mayor libertad creativa. Un tiempo que finalmente llegó, en el que pude ya dedicarme a hacer exclusivamente lo que quiero hacer, sin aceptar ya ningún encargo, o solamente los que se me antoja realizar .

Y tengo que mencionar que esa posibilidad de trabajar con mayor libertad curiosamente coincidió con el momento justo en que por un accidente afortunado descubrí un pequeño detalle técnico que le dio al fin a mi trabajo un sello particular y único.  Lo que provocó en cierto público el interés de poseerlo, y a las galerías, el interés de exponerlo. Y venderlo….  Mirando hacia atrás a ese momento clave, puedo pensar que en última instancia lo que realmente determina la viabilidad del proyecto de un artista es esa fuerza que la obra puede llegar a tener a partir de una cierta madurez del lenguaje personal. Esto es muy importante, pero pienso que no corresponde a esta conferencia, ya que los aspectos específicos del desarrollo creativo son otro gran tema, y que en el contexto de este foro no es el momento para ocuparse de él más a fondo.

Mejor decir algo más sobre este proceso de la venta de mi producción, esa gran preocupación que para mí como para muchos ha sido muchas veces un enigma y desde luego una clave determinante para poder seguir adelante. Hizo falta un esfuerzo considerable para abrir un mercado para mi producción, y fue algo muy lento, gradual y errático, impredecible. Y aquí una idea importante: no es realista pensar que basta con concentrarse en hacer cada vez un mejor trabajo para conseguir que el público lo compre. Hace falta también que el trabajo vaya hacia el público, tocar muchas puertas, buscar oportunidades de mostrarlo, exponerlo. Hace falta enviarlo hacia el mundo.

Y llego así al capítulo interesantísimo y complejo de la relación indispensable con las galerías.  Que tantas decepciones puede generar, y esto, por un hecho muy simple: el artista y el galerista viven en dos mundos distintos. Desde luego no ajenos, porque el arte los vincula, pero lo hace por razones radicalmente distintas; mientras que el artista lo único que quisiera hacer es dedicar todo su tiempo a la creación sin distracciones, para el galerista en última instancia lo que importa es el comercio. Y su intermediación, por más conocedora y sensible que sea, tiene esa característica esencial: vender, ganar. Mundos en ese sentido antagónicos, pero que se necesitan , se complementan.

Entender esto es importante, ya que un artista ajeno al mercado es como un panadero sin expendio, y aunque nuestros panes no sean perecederos, y puedan estar en bodegas sin echarse a perder, guardarlos todos es un fracaso, algo que obviamente bloquea el desarrollo indispensable. Y pienso entonces en todos esos años en los que anduve de galería en galería con mi caja de cerámicas, que en algunos casos el galerista no me dejaba ni siquiera mostrarle… “Si es cerámica, ni abras tu caja, no me interesa”.  No olvido esa experiencia, ni el galerista que así me trató (por cierto, el mismo que muchos años después me compró varias piezas y que seguramente ni se acordaba de ese momento que para mí fue tan desagradable y frustrante). Pero ese tiempo tan ingrato fue necesario, indispensable para que poco a poco se fueran abriendo algunas puertas, y al paso de los años el acceso a un público más amplio, galerías cada vez más importantes y un conocimiento más grande de mi trabajo en comparación con los muy limitados contactos personales que podía yo establecer en mi taller perdido en el cerro.  Aquí hace falta una precisión: no es correcto pensar en exposiciones más o menos importantes. Todas lo son. Y aunque es cierto desde luego que hay galerías y espacios más importantes que otros, es un error enviar trabajo menos bueno a una galería menor. Porque nunca se sabe de antemano quién puede asistir a ver la exposición. Y puedo decirles que al igual que algunas de mis exposiciones en galerías muy importantes no han dado resultados significativos, recuerdo también que algunos de los contactos más importantes se dieron en espacios de los que no esperaba yo nada especial.

Algo que entendí también con el tiempo es cómo este proceso hace que con el tiempo la relación de fuerza entre artista y galerista vaya cambiando. Del principio en el que ante el artista desconocido, el galerista tiene la sartén por el mango de manera evidente, y puede por lo tanto imponer las reglas del juego, al tiempo en el que Habiendo alcanzado más reconocimiento y prestigio, es posible para el artista tener ya un cierto acceso al mango de la sartén. O en algunos casos llegar a tenerlo del todo, para aceptar o no las propuestas de galerías, imponer las condiciones y poder decir qué es lo que se quiere exponer. Es decir, que si al galerista no le gusta o interesa cierta obra, uno puede tranquilamente cerrar esa puerta, sabiendo que hay otras que están abiertas. Porque el poder ha cambiado de manos. Y se puede entonces pensar que ese galerista no está a la altura, no alcanza a entender el desarrollo que se ha hecho y pretende quedarse en lo que considera la seguridad comercial estática, la del comerciante que sabe cuáles piezas han tenido aceptación en el pasado y no entiende que una obra viva tiene que evolucionar y moverse en libertad. La conclusión evidente de esto es nuevamente que nunca se debe seguir las indicaciones de nadie, por más sabias o bien intencionadas que sean. En el camino creativo la brújula es personal.  

Otra cuestión que a muchos intriga es cómo se determina el precio de una obra. ¿cómo se debe manejar esto?  Difícil y delicado proceso, siempre cambiante, en el cual hace falta ser muy cuidadoso y tratar de no equivocarse. O equivocarse poco. Difícil, en primer lugar, porque el paso de la creación, que es en esencia totalmente ajena a consideraciones de carácter comercial, a la consideración posterior de la obra como mercancía, es radicalmente contradictorio. Ya que nunca se piensa al hacer una pieza en lo que vale o puede valer, y sin embargo, una vez terminada, la valoración se impone. Es claro que para determinar el precio de la obra, no ayuda gran cosa pensar en los costos de producción. Porque a diferencia de cualquier otra actividad, la obra de arte tiene costos de producción que pueden ser altos o bajos, pero en todo caso no son significativos en relación con su precio en el mercado. Esto es obvio si pensamos en lo que vale realmente la hoja de papel y los gramos de pigmento necesarios que en manos de Picasso, Klee o cualquier otro gran artista se transmutan casi literalmente en oro.  De igual manera sé que en muy poco me ayuda saber cuántos kilos de barro utilicé para hacer cierta pieza. O intentar calcular el costo del gas necesario para quemarla. Una mirada así, que en el caso de la producción industrial es tan importante, para un artista es casi inútil, es perder el tiempo. Sirve más prestar atención a la determinación gradual y tentativa de un precio que funcione. Que consiga hacer que el trabajo se venda, o al menos que una parte de él se vaya vendiendo.

Los riesgos en este sentido son varios, ya que es posible equivocarse de muchas maneras. Pensar, por ejemplo, que lo más deseable es que la producción sea accesible para todo mundo, siendo síntoma de muy buena voluntad, es un error. No es así como funciona el mercado del arte. Y por más que podamos estar en desacuerdo con sus reglas, son reglas que no podemos cambiar completamente, y eso exige entonces que la obra sea valorada de otra manera, bien valorada.

Mi posición a este respecto fue la de observar con atención en primer lugar el precio de la obra de otros ceramistas en el mundo con una obra comparable a la mía. Y también el precio de la obra de colegas mexicanos de mi generación y practicantes de otras disciplinas. Pensando que si bien la pintura puede tener convencionalmente un precio mayor al de la cerámica, esto no es ni puede ser aceptable como absoluto e inamovible. No me pareció justo aceptar que mi trabajo, hecho con seriedad y compromiso y también con una calidad resultado de los muchos años invertidos en alcanzar una cierta madurez de mi lenguaje, tenga que valer mucho menos que el cuadro de un pintor. Porque son piezas originales, únicas, y es entonces, inaceptable, que valgan cien veces menos. Y le corresponde a cada artista la responsabilidad de valorar correctamente lo que hace, sin una ambición desmedida, pero con realismo y respeto por lo que hace.

En este sentido he pensado con frecuencia en la forma en la que algunos otros practicantes de disciplinas en similar situación han luchado contra la corriente para conseguir, por ejemplo, que el ajedrez dejara de ser un juego en el que los mejores jugadores del mundo eran siempre mal pagados y marginales,  hasta que a alguno esto le pareció injusto. Y exigió a los organizadores de los grandes torneos internacionales, premios que no fueran ridículos en comparación con los de un futbolista o un boxeador. Para que a los grandes maestros de este juego les fuera posible vivir dignamente de su arte. “Si quieren verme jugar, paguen decentemente”, fue la posición de un tal Fischer, genial y loco, sí, pero en este sentido muy sensato. Con varias de estas ideas en mente fue que yo intenté definir un precio para mis piezas cuando llegaron a las galerías.

Pero naturalmente esos precios tuvieron que pasar por la prueba del mercado. ¿se vende o no se  vende? Este proceso se tiene que seguir atendiendo siempre, y al hacerlo es necesario asumir una vez más que se está solo. Que a fin de cuentas nadie puede ayudar a un artista a hacerlo. Es un problema personal, uno más. Y hay que tener en cuenta que ese precio no debe ser ni muy bajo, porque no funcionará, ni demasiado alto, porque si en un momento hace falta volver a bajarlo por no funcionar en el mercado, esto puede ser muy negativo. Hace falta un ajuste delicado, prueba y error, procurando que los errores no sean garrafales. Y por cierto, y esto es importante, cuidando también que el precio sea el mismo en cualquier galería del mundo. Los coleccionistas lo averiguan todo, y si descubren discrepancias entre el precio de París y el de Nueva York, van a dejar de comprar. Y ya que lo menciono, el trato con los coleccionistas es otro aspecto importante y delicado. Su existencia es una fortuna  para nosotros, esos individuos que por las razones que sean tienen la obsesión y la necesidad no solo de admirar el trabajo, sino de poseerlo. Y que al adquirirlo juegan un papel clave: tanto para la sobrevivencia de los artistas, como para la posible trascendencia del trabajo, pues es bien sabido que las buenas colecciones siempre acaban llegando a los museos.

Pero volviendo al asunto de los precios, al paso de los años aparece la muy interesante posibilidad de observar otro fenómeno al respecto. Y es cuando la obra llega a lo que se llama el mercado secundario. Es decir, cuando algunos coleccionistas la presentan a subasta, ya sea en México o en el extranjero. Lo que resulte de esas ventas es un indicador muy importante, y quizás lo que se puede considerar la referencia más real en términos del valor de la obra. ¿Se vende en las subastas en más, lo mismo, o en menos del precio que uno les asigna para su venta en galerías? Idealmente conviene que las piezas se vendan en subastas en algo más de lo que uno mismo las presenta en galerías. Un buen síntoma, que puede propiciar la continuidad de su venta.

En fin, esto por lo que respecta al la relación con el mercado. Pero hay otros aspectos muy significativos a los que vale la pena referirse. Porque en esta compleja dialéctica entre el arte-creación y el arte modus vivendi o empresa, es necesario asumir que la relación del artista con el mundo implica algo que cuando alguien decide dedicarse al arte suele ignorar. Y aun aborrecer. Qué constatación tan dramática puede resultar el descubrir que una de las cosas que uno creyó poder para siempre ignorar, se aparece como fundamental. Digo esto porque cuando escogí la cerámica, si bien supuse que sería un camino arduo y largo, pensé  que al menos iba a ser completamente ajeno al mundo tan árido y para mí poco atractivo de la administración de empresas, el de la contabilidad, actividades que jamás hubiera pensado conocer, y menos practicar. Para acabar descubriendo que a la vuelta de los años esas disciplinas se vuelven parte ineludible del proyecto con el que se creyó poder escapar de ellas. Y así fue, más bien, así es, no hay escape. Por alguna rendija imprevisible lograron colarse para exigir una atención que, idealmente, hay que intentar mantener en un mínimo absoluto, pero que con gran frecuencia serán muy demandantes. Y hay que enfrentarlas y resolverlas  lo mejor posible para que el proyecto pueda seguir adelante. Sin un equilibrio medianamente resuelto de la parte empresarial del proyecto, éste se puede frustrar, desvirtuar y aun fracasar. Y aunque es deseable y posible aprender a delegar algunas de las actividades del taller, hay siempre muchas otras que requerirán de una atención personal, esto es inevitable.

Todo esto es lo que he vivido y desarrollado principalmente aquí en Xalapa, o más bien en las cercanías de Xalapa, desde hace más de treinta años. Pensando que la posibilidad de hacerlo aquí era realista (además de para mí muy atractiva). Fue esta otra decisión un poco contra la corriente, ya que según muchos artistas la posibilidad de una carrera exitosa exige estar en una ciudad, y de preferencia en una gran ciudad.  Ahí donde suceden las cosas importantes, donde la visibilidad es más accesible e inmediata,  donde están las galerías importantes, los coleccionistas, el mercado. Y puedo decir que esta idea es inexacta, que alguien puede vivir donde se le dé la gana y conseguir que su trabajo esté presente en todo el mundo. Que solamente hace falta saber enviarlo, y ésta es una idea importante; porque se trata de enviarlo al mundo no solo en el sentido literal del término.  Es decir, no se trata solamente del complicado asunto de enviar el trabajo por mensajerías, aviones o barcos (que es algo del orden práctico y administrativo y sin duda engorroso y delicado), sino de un enviar en un sentido más amplio: generar las condiciones y los canales de comunicación y difusión que permitan que sea visto, conocido y apreciado. Tratando de imaginar cómo es que el trabajo puede llegar a  cierta galería, colección o museo. Y esto requiere de otro esfuerzo, otra atención indispensable, la de promover,  difundir lo que se hace. 

 Y fue por eso, además de por un interés y curiosidad personal, que me sirvió de mucho viajar, trabajar en muchos talleres en distintos países. Comunicarme en varias lenguas, adaptarme a medios en ocasiones no muy receptivos, siempre con la iniciativa y la voluntad de intercambiar ideas con muchos artistas, y no solamente con ceramistas y artistas plásticos, sino también, y esto ha sido importante, con escritores, músicos, coreógrafos, etc. Pienso que fue también a partir de ese mundo de relaciones tan enriquecedoras  como se generó un reconocimiento más amplio de mi trabajo, tan útil para que lo que hago aquí, en el relativo aislamiento del lugar en que decidí vivir, esté presente en primer lugar en México, pero también en Londres, Nueva York, o París, y todo como el resultado de un largo proceso de apertura y encuentros que además de ser una fortuna en relaciones personales, de amistad, de intercambio y aprendizaje, es también una red social que propicia de manera significativa la realización de una carrera.

No, no es necesario vivir en una gran ciudad. Por más que la riqueza de la vida cultural en ellas sea innegable. Pero donde también hay demasiado ruido y contaminación de todo tipo, demasiadas distracciones, donde el espacio es caro y donde me siento siempre incómodo al cabo de muy pocos días. Mucho mejor vivir en el cerro, al menos para mí. Y claramente, hoy en día toda esta problemática ha sufrido un cambio enorme por la posibilidad de comunicación por internet. Es posible estar presente y tener visibilidad, donde sea y a partir de donde sea, de una manera impensable hasta hace pocos años.

Termino repitiendo algo que dije al principio: toda esta experiencia que refiero no tiene la más mínima pretensión de ser la receta, la única manera de conseguir vivir del arte. Cada artista hace lo que puede al respecto, y si revisamos sus biografías podemos apreciar las mil maneras particulares en las que esto se puede realizar; desde las carreras fulgurantes de algunos que se consumen en plena juventud, hasta las de los que muy cuidadosamente  intentan construir su imagen para la posteridad.

Lo que he dicho aquí es solamente mi experiencia, tan particular y única como la de cualquiera que lo intente. Como bien pudieron apreciar, para este intento de definición de los pros y los contras de las diversas decisiones que se tienen que tomar en un camino creativo, no me apoyo en ninguna teoría,  y creo que pensarán que en efecto, mis palabras e ideas no merecían realmente el título de conferencia magistral. Ha sido nada más un intento de análisis de lo que yo he hecho,  intentando aplicar en todo momento y en cada aspecto de mi carrera de ceramista la misma creatividad necesaria para hacer cada una de las miles de piezas que he hecho.  Sí, escuchando las opiniones de muchos otros y pensando en ellas, pero al final de cuentas haciendo o tratando de hacer exactamente lo que yo pienso y quiero.

El reto es personal, las soluciones lo tienen que ser también. Nadie puede indicarnos el camino:  la creación es individual,  y del mismo modo, la creación de las condiciones materiales para  ella también debe ser individual. Y exige la máxima congruencia con lo que creemos y queremos hacer de nuestra vida.

Gustavo Pérez, Zoncuantla, agosto de 2016