Evocación es la palabra justa para definir el intento que hago ahora de recordar, invocar, compartir con ustedes la memoria de la relación tan particular que viví con Rocío Sagaón. Y con toda su familia desde luego. Gracias, Djahel, por invitarme a estar aquí.
La exposición que tenemos actualmente aquí en la Pinacoteca ha permitido a muchos, entre los cuales me incluyo, conocer más detalles de esa vida tan intensa y variada que fue la de Rocío, con tantas facetas, tantos caminos distintos en los que incursionó, tanta experiencia acumulada a lo largo de los años que estuvo activa. Porque eso, la actividad, es una característica fundamental que la define: siempre haciendo algo, siempre con pasión y entrega, siempre también con curiosidad y el afán de saber más, de conocer todo lo posible.
Pero al ser invitado por Djahel a participar en esta mesa, algo que pensé de inmediato fue que prácticamente todo lo que tengo por decir se refiere solamente a un período de su vida, a partir de 1983, y que todos mis recuerdos están en mi memoria inseparablemente relacionados no solo con Rocío, sino con esa unidad que representó para mí desde que los conocí, la pareja que fueron ella y Georges Vinaver.
Así fue como los conocí, en su casa, una tarde de
diciembre de 1983, cuando llegué a esta región y el azar hizo que se diera la
extraordinaria y misteriosa fortuna de encontrarme con ellos y a partir de ese
encuentro obtener un apoyo clave para mi vida profesional, o mejor dicho, para
mi vida a secas.
Y es por eso que al pensar en Rocío y Georges, lo primero que viene a mi mente
es agradecimiento. Gratitud por su generosidad y su tolerancia, ya que la
experiencia que me tocó vivir con ellos fue excepcional en ambos sentidos. No
solamente por lo que me dieron (un taller que Rocío y Georges definieron desde
el primer día como “el taller de Gustavo”), sino por la manera
excepcional en la que esa declaración se mantuvo impecable a lo largo de los
ocho años que pasé en el Tomate. Ocho años en los que trabajé ahí en absoluta
libertad, sin pagar un centavo, y de verdad como si el taller, que era de
ellos, fuera plenamente mío.
Algo muy especial, único, que para poder sostenerse con esa calidad exigía desde luego una postura excepcional de su parte. Por eso creo que generosidad es la palabra precisa para definirlo. Y sé muy bien que no voy a ser el único que al referirse a ellos dos hablará de su generosidad. Creo que somos muchos los que de una manera o de otra recibimos su apoyo en ese momento de sus vidas en que estaban en la posición de compartir y dar. Y pienso en varios jóvenes (jóvenes hace treinta años, ahora abuelos…), que los tuvimos como amigos y cómplices, siempre atentos y deseosos de enseñar lo que sabían, sugerir opciones de desarrollo para nuestros incipientes sueños, criticar con inteligencia y agudeza nuestras posiciones con frecuencia inmaduras e ignorantes. Y desde luego darnos siempre algo, y sin esperar nada a cambio. Porque su voluntad de apoyo tenía como interés fundamental una curiosidad inagotable por la naturaleza humana, y el propiciar en la medida de sus posibilidades que llegáramos a realizar nuestros sueños.
Creo que esa fue una lección que nos dieron: hay que aprender a aprovechar lo que se nos da, aprovecharlo a fondo. Y en el momento en el que con los años estemos en la posición de dar, saber que no es necesario pagar a los que nos dieron, que no esperaban ningún pago, sino hacia abajo, hacia los nuevos jóvenes que lo necesitan.
Me queda muy claro que esta evocación mía es muy parcial e incompleta, ya que como muy bien lo podemos apreciar en esta excelente exposición organizada con tanto amor por Djahel con el apoyo notable de Rodolfo Mendoza y la muy cuidadosa y exhaustiva curaduría de Josué Martínez, los frutos del trabajo de Rocío y Georges incluyen muchísimas cosas de un tiempo en el que yo no los conocía, y de las cuales lo único que supe fueron las referencias y los recuerdos que me relataron. Los años de Rocío actriz, de sus años en la compañía de danza, de lo compartido con Miguel Covarrubias, con Nacho López, Aaron Siskind, Rostropovich, Francisco Toledo, del tiempo de Georges fotógrafo, de la vida en Nueva York, en París; de su llegada al rancho, más bien de la construcción de su proyecto de vida al cual me tocó llegar en un momento ya de gran estabilidad y bonanza.
Es por eso que aunque de manera muy sucinta, me concreto a lo mucho que sí me tocó compartir con ellos, mi experiencia de primera mano. Que fue de una gran riqueza, de mucho aprendizaje, un diálogo permanente en libertad y gran apertura. Y un apoyo incondicional de su parte que nunca olvidaré.
Es por todo esto que aprecio profundamente la oportunidad que se me da esta noche de decirles una vez más: Rocío, Georges, gracias por todo.