La Jornada, 14 de febrero de 1993.
Entrevista por Germaine Gómez Haro
“Me parece inconcebible que un artista pueda trabajar sólo para expresarse a sí mismo”, dice Gustavo Pérez. No, el oficio del ceramista no puede limitarse a su individualidad. Aquí interviene forzosamente la voluntad del material: las arcillas tienen voz, murmuran al oído del creador, le indican el camino a seguir, lo guían…
Y es ahí donde reside el misterio de esta creación: dejarse llevar sin oponer resistencia ante las proposiciones inagotables de esta materia prima terrenal que ha dialogado con el hombre por más de 3 mil años. La cerámica: tersa o áspera como la piel, cálida, acariciable. Un arte que requiere, quizás en mayor medida que otros, de la pasión por el oficio.
El camino de la creación consiste en ir atisbando cosas y no concluir nada. Mi trabajo actual es el resultado de 20 años de búsqueda. Mi encuentro con la cerámica fue muy fuerte y definitivo: de golpe, sentí que era lo que quería hacer toda la vida, certeza confirmada por estos 20 años de ininterrumpida labor creativa.
Esto sucedió en la escuela de Diseño y Artesanías que estaba en la Ciudadela en esos años y que tenía un taller de cerámica. Desde un principio me concentré en la técnica del torno, fue lo que me atrapó. Así he ido descubriendo poco a poco las posibilidades que surgen en los diferentes caminos. Hay infinidad de opciones, sobre todo la investigación personal con el material y sus propuestas.
¿Tienes preferencia por algún material en especial?
Fundamentalmente la arcilla plástica que permite trabajar tanto en el torno como el pastillaje en alta temperatura; desde luego los pigmentos y los minerales que mezclados dan los vidriados que utilizo para quemar al 1280º. Trabajo muy poco con molde, ese campo no me ha interesado. Desde luego, la repetición en serie no es un campo estéril, hay posibilidades creativas con las que yo no me identifico.
¿Se podría decir que se pierde ahí la relación íntima con la pieza?
Yo diría que casi totalmente. Es cosa única producir la forma con las manos. Yo trabajo series en las que existe un parentesco entre las piezas individuales, pero no hay dos iguales. Es como un tema y variación.
Digamos que partes de una forma determinada para experimentar sus diversas posibilidades.
Dejo que una me vaya llevando a la otra. La curiosidad que surge por probar algo en una pieza se aplica en la siguiente; una idea genera otra, y así hasta que surge la búsqueda hacia otra dirección, y se abandona momentáneamente el desarrollo del tema, al cual se vuelve inevitablemente.
¿Los elementos que surgen de un tema se van entrelazando como los eslabones de una cadena para conformar tu estilo?
Claro, esa búsqueda permanente define el lenguaje del artista.
¿En la creación cerámica es determinante la elección del material?
Definitivamente. Hay diferentes tipos de arcillas y lo fundamental es entender lo que el material te propone, más que intentar con ideas preconcebidas forzarlo a que responda como uno quiere. En mi caso, es muy importante que las arcillas sean plásticas para que proporcionen una mayor respuesta al trabajo manual. Es necesario trabajar a favor del material, más que violentarlo; nunca forzarlo a que se adapte a un esquema conceptual, sino propiciar una interacción entre las ideas y las curiosidades combinadas con lo que el material puede dar de sí. Esto se logra a partir de la comprensión de la capacidad expresiva del material, en otras palabras, el diálogo.
Algo que me intriga es el papel determinante que juega el horno: el resultado final de la pieza no depende ya de ustedes sino de la respuesta de la cocción. Aquí toma su lugar lo imprevisible, la sorpresa y la decepción…
Con la experiencia y el conocimiento de los materiales el resultado ya no es tan ajeno a las expectativas, pero siempre existe la posibilidad de que salgan del horno obras fallidas. Puede suceder que técnicamente haya un error inaceptable como una grieta o un escurrido, pero también puede ser que al ver la pieza ya cocida no resulte exactamente como uno se la había imaginado.
Y ya no tiene compostura, a diferencia del lienzo que puede recibir infinitas capas de pintura.
Existe la posibilidad de requemar pero es un incremento de los riesgos pues una pieza quemada en varias ocasiones se rompe fácilmente. Entonces lo más deseable es trabajar con claridad y arriesgar todo en una sola cocción. Por eso se hace una quema previa a 1000º después de la cual no debe haber mayores sorpresas.
¿Realizas bocetos previos?
Dibujo mucho pero realidad los bocetos no son determinantes para las piezas cerámicas. El trabajo en papel va pidiendo una definición pero es la arcilla la que va demostrando el camino. Son dos búsquedas que se acompañan y se enriquecen mutuamente.
Tu cerámica tiene mucho trabajo dibujístico. Líneas finas y delicadas que apenas acarician la superficie. Hay una perfección de cirujano en esos trazos casi etéreos.
En los últimos años más y más. Este dibujo se realiza sobre la cerámica y se apoya de alguna manera en lo que está dibujado con tinta o lápiz en el papel. Claro que como se trata de otra superficie, la respuesta es diferente. Aquí interviene el volumen, la superficie es convexa o cóncava, lo opuesto a la hoja de papel.
Una sensación diferente, cuando Matisse hablaba de la posibilidad de “dibujar directamente en el color” su técnica del papel recortado.
Sí. Matisse encontró en el papel y las tijeras una opción diferente para traducir su dibujo a otra dimensión. Es la interacción que se da al jugar con materiales diferentes.
¿No te has interesado por el modelo escultórico?
No. Es otra manera totalmente diferente de trabajar con el barro; aunque la materia prima sea la misma, los resultados son totalmente opuestos. La cerámica que yo conocí primero y decidí asumir profesionalmente es el quehacer fundamentado en la alfarería. Las técnicas que me interesan son exclusivamente el pastillaje y el torno, aunque para mí no existe la posibilidad de considerar un camino superior al otro. En México se ha desarrollado más el camino escultórico. Si acaso, mi observación es que se ha dado una tal atención al aspecto expresivo escultórico, que se ha descuidado la cuestión técnica y el oficio, lo cual, de ser considerado, enriquecería mucho el trabajo de los ceramistas.
Lo mismo ocurre en pintura: cada vez importa menos el oficio y esto es una desgracia. Claro que resulta más evidente en la cerámica donde el conocimiento de la técnica es determinante para obtener un feliz resultado.
Así es. He conocido a muchos que se aproximan a la cerámica con ambiciones creativas y se dirigen por el camino de la escultura, por que trabajar en el torno requiere de largos años de aprendizaje durante los cuales uno se siente muy limitado porque no consigue lo que busca. Invertir tanto tiempo desarrollando el oficio es innecesario para muchos.
La exposición de la obra reciente de Gustavo Pérez que se presentó en octubre-noviembre en la galería de la UAM ha marcado un hito en lo que se refiere a la participación de la cerámica dentro del mundo del arte. Platos, vasijas, vasos y relieves que ya tienen voz propia y que nos hablan de la perfección técnica que ha conseguido el ceramista en piezas de una singular elegancia y una pureza de la forma que lo coloca entre los creadores más relevantes de la cerámica contemporánea.
En el Renacimiento se da atención especial a la pintura como el arte mayor; la escultura alcanza un lugar alto pero todas las demás manifestaciones plásticas se olvidan. Sólo Japón y Corea conservan su tradición de aprecio y valor a la cerámica; aún China perdió la mirada de la cerámica como arte. En México la fuerte tradición ancestral se debilita durante la Colonia y el siglo XIX, hasta tiempos recientes que se ha incluido a la cerámica como una especie de convidado modesto al banquete del arte, en el cual la pintura y la escultura – y recientemente la gráfica siguen siendo los comensales de honor.
¿Se hizo algo interesante en la época de la Escuela Mexicana?
Muy poco y de manera aislada; siempre con la etiqueta de obra menor. Ahora, no hace falta recurrir al argumento de que este país ha tenido una tradición alfarera milenaria. Se trata de hacer cerámica que exija la valoración de la crítica, y ésta no se da de ninguna manera en manifiestos, ni a gritos ni sombrerazos. Tampoco hace falta desgarrarse las vestiduras.
¿Entonces qué sitio ocupa la cerámica actualmente en México dentro del concierto de las artes?
A diferencia de países como Inglaterra, Japón o Francia, nuestro trabajo permanece en una zona poco habitada, aunque ya se puede hablar de una generación de jóvenes ceramistas. Desafortunadamente todavía no se ha puesto suficiente atención a este oficio. Se están haciendo cosas interesantes en Xalapa y en Guadalajara, con la influencia de Jorge Wilmot, que es una figura clave en la cerámica mexicana contemporánea, a pesar de que su trabajo ha tendido a una gran producción en serie que, sin embargo, se apoya en piezas únicas y originales.
También tenemos el trabajo de los pintores que se han acercado a la cerámica como Toledo y Sergio Hernández
Artistas con gran oficio como Vicente Rojo, Macotela –entre otros- han conseguido proporcionar aportaciones importantes al campo de la cerámica. En los últimos tiempos ha crecido la inquietud por la cerámica, pero insisto en que hace falta una revaloración por parte de la crítica y del mercado. La mirada de los críticos es en la mayoría de los casos muy intuitiva por que se apoya sólo en el sentido estético, pero sabe muy poco de los detalles de la producción. Una crítica más profunda requiere del conocimiento del proceso. Hace falta curiosidad.
¿Qué
apoyo reciben por parte de las galerías?
En realidad no todos los espacios tienen sus puertas abiertas para exposiciones
de cerámica; no es imposible pero tampoco fácil. Se podría decir que no
existimos formalmente en el mapa del arte mexicano. El aprecio que yo he
recibido por parte de los artistas de mi generación ha sido un gran apoyo.
Actualmente vivimos una enorme confusión respecto a los valores de la creación,
pues hay muchos puntos que redefinir. Si hay calidad y expresión, confío que el
tiempo se encargará de poner las cosas en su sitio.