Teresa del Conde
La Jornada, 23 de noviembre de 1999.
La muestra más nutrida que hasta la fecha se ha presentado sobre este ceramista, de bien merecida fama, se exhibe en la Sala Antonieta Rivas Mercado del MAM desde el pasado 7 de octubre.
Tiene la virtud de allegar visitantes que no forman parte del público cautivo del museo. Esto sucede por que la cerámica es un medio que posee por su misma índole virtudes de atractivo y de asimilación que facilitan su aprecio y más en este caso: el vilo entre el status artesanal, la evidencia del diseño, la calidad objetual de las piezas y su condición de apelar al tacto lo mismo que a la vista, las hacen deseables como objetos de posesión, tanto es así que un número considerable de personas reclaman continuamente la presencia del artista a quien desean hacerle personalmente mil preguntas. En la medida de sus posibilidades, Gustavo Pérez atiende a su público con agrado y entrega.
Durante una de las sesiones semanales que se realizan los martes “Vengan a tomar café con… “, a partir de las 12 del día, me permití preguntar al poeta Alberto Blanco la razón por la cual no escribía un texto sobre la muestra, conociendo la atención escritural que en otras ocasiones ha prestado el autor. Recordé, además, su interesante disquisición sobre el ars combinatoria y los números : “Todos los números son sagrados y únicos, sólo que hay algunos más sagrados y más únicos que otros” dice en la introducción a su diálogo con Vicente Rojo, publicado no hace mucho por Editorial Samarcanda. Me respondió que por lo pronto había dado una vuelta de tuerca y no escribiría ya sobre arte ( ojalá no se cumpla su promesa) pero lo que me llamó la atención fue una cierta afinidad que yo siento entre Vicente Rojo y Gustavo Pérez , cuyos propósitos y patterns de intención difieren y –sin embargo– de algún modo los ligo en mi conciencia sin alcanzar a conocer la razón. Tal vez sea la condición moral que priva en la producción de uno y otro, con lo cual quiero decir que a nadie quieren tomarle el pelo; sus productos son considerados por ellos mismos como “trabajo”, porque sin éste no hay creación; no buscan “epater, se anclan en relaciones numerales ( si bien de modo distinto), respetan la lógica y sabe asimismo violentarla. Creo que aman las ecuaciones aunque no he podido constatarlo y gustan de rememorar, sin glosar, las configuraciones prehispánicas a las que han prestado – eso sí, sin duda – toda la atención del mundo. Hasta allí van mis asociaciones, que incluyen a Gunther Gerzso.
Una buena mayoría de las obras en exhibición están construidas a partir de un hueco, de un vacío, eso es lo que contienen sus límites. Eso es lo que circundan, cada vez de manera distinta, como si los entes fueran únicos, a la vez guardando entre sí un parecido de familia a partir del material con que están hechos, el barro, de diferentes cualidades y matices, y a partir también de la ornamentación que ostentan. Esta puede brillar por su ausencia como en la pieza – instalación dispuesta en un espacio triangular que da entrada a la muestra y en la que las oquedades forman contrapuntos a partir de módulos en diversas dimensiones colocados en posiciones estratégicas. Las caras posteriores en forma de óvalo, las que no se asientan en la base están cortadas en diagonal, lo que impide denominar “cilindros ovoides” a esas pequeñas piezas. Algo tienen que ver con el sonido, guardan un aliento silencioso que llega a formar una especie de arpegios. El uso de módulos para integrar composiciones distintas entre sí, se repite varias veces, siempre siguiendo un parámetro: no se puede eliminar ninguno de los elementos ni añadir otro sin que el conjunto deje de ser lo que es.
Pasa lo mismo con las vasijas, vasos, ánforas, a veces desobedientes de su condición, pues tiene su carne rasgada como las piezas de Lucio Fontana, o se doblan sobre sí mismas, o muestran su asimetría curvada o interrumpen las aristas de sus bordes. Son muchos los medios con los que este artista emparentado quizá con Klee en cuanto a los trazos que hace discurrir sobre las superficies, interroga a los juegos de la lógica.
Pero como dice Sergio Pitol en el texto introductorio al catálogo: “Material, textura, color y diseño se corresponden. No hay elementos gratuitos ni saturación de ideas“. Para eso se necesita pensar mucho y conocer a fondo la forma como los espacios se pueden desplazar, sea los que construyen la pieza (sus límites) , que los que discurren en ella movilizándola con sus ritmos.