Galería Licenciado, febrero-abril 2018
La soledad de la manufactura.
En tiempos aciagos, cuando el oropel en el que se ahoga una civilización ya vana se consume en su brillo, ante el aplauso y la voracidad de sus notables; la soledad de la manufactura ha fungido siempre como un nicho de resistencia espiritual, como la reserva de una virtud primigenia, de un saber resiliente en custodia aparentemente ordinario.
Estas piezas proceden de ese nicho ancestral. Hechas al calor “de la mano”, como toda caricia, casi nada en ellas es forma. Se requiere para un gesto preciso, la tortuosa secuencia de toda una vida. Por ello habría que entender estas gemas amalgamadas con tierra como un modelo sublimado de corporalidad. Quizá ello nos permitiría acceder al relato que somos: cifrar las incisiones, no tanto como dibujos, sino como heridas abiertas de una guerra callada. O distinguir el caparazón de un animal solitario que enmascara su llaga en el entramado escurridizo de un paisaje sin dueño. O advertir en sus depósitos el aullido de una masa que clama compañía, desde su incomprendida y abrupta organicidad…
Seguramente túmulos, encriptan el soplo de una especie de corta existencia.
Claro que ante una mirada ansiosa, se entenderán como objetos para individuos con prisa, y por ello sugieren la ilusión de un uso menor. Pero aquí cada pella de barro reposa el desempeño sutil de un maestro al margen de una comunidad devastada. Bruñidas con las cenizas de una desobediencia feroz, sobrevivirán nuestra dispersión como finas reliquias de estos tiempos aciagos.
Osvaldo Sánchez