Esta muestra tiene un antecedente: el Autorretrato (2016) que estuvo en el Museo de Antropología de Xalapa. Ahí, la instalación incluyó cerca de 5000 piezas, algo que por razones de logística sería casi imposible presentar en ningún otro lugar. La que presento ahora en al Claustro de Sor Juana está hecha según la misma idea, corregida y aumentada. Corregida en el número de piezas (muchísimo menor), pero también aumentada, ya que muchas de ellas son de mi trabajo más reciente (2017-19).
Otra diferencia importante es que ahora hay solamente piezas en las que combiné un esmalte negro con el color natural de mi barro. Blanco y negro, el máximo contraste, los opuestos, lo cual me parece una posibilidad muy adecuada para mostrar lo que hago, lo que soy, y es por eso que lo llamo autorretrato.
Una característica de mi trabajo es que lo hago a partir de dos ideas fundamentales. La primera es el interés de desarrollar de manera sistemática un cierto tema, tratando de profundizar o depurar la forma de una variación a la siguiente. La otra es que al aparecer una nueva idea que demanda mi atención y se me impone como necesaria, debo abandonar el tema para ir en busca de algo nuevo.
Sé que esto parece contradictorio. Y aunque desde luego lo es, percibo que así trabajo. Unas veces de manera muy consecuente, investigando, y otras, sin saber en absoluto hacia dónde me lleva, como un juego libre y abierto, no premeditado. Pienso que este proceso refleja en su dialéctica mis intereses y mi curiosidad, que cambian con el tiempo, con ideas que aparecen, se desarrollan… y luego se olvidan; o se transforman en otras, radicalmente diferentes, que a su vez crecen y conducen a las que siguen. Y que pasan de la geometría más exacta a lo orgánico, de la forma tradicional al extremo de ruptura con ella, de lo utilitario a lo escultórico. En un vaivén permanente. Pero siempre con la certeza de que para poder ver algo nuevo hay que hacer algo nuevo, como lo dijo Lichtenberg en uno de sus brillantes aforismos.
Las piezas resultantes constituyen entonces una especie de diario, una bitácora, un rastro de por dónde he pasado en mi relación con el barro. Vasijas y esculturas de diferentes etapas y temas, líneas de desarrollo que se derivan unas de otras, se ramifican, entrecruzan, mezclan, y que ocasionalmente se contradicen radicalmente. Y que quisiera creer van evolucionando y creciendo como algo vivo.
Gustavo Pérez, Mayo, 2019.