
JUEGO INFINITO
14.06.2025 – 17.08.2025
Galería 526. Seminario de Cultura Mexicana.
Masaryk 526, Polanco, CDMX.
Te esperamos en la apertura de la exposición “Juego Infinito”, una muestra del reconocido ceramista Gustavo Pérez, figura esencial del arte contemporáneo en América Latina.
Durante casi cinco décadas, su trabajo ha explorado la forma, el ritmo y la geometría, dialogando con la tierra, el fuego y las culturas que lo han inspirado.
La cerámica como búsqueda constante.
El barro como universo sin fin.
“Gustavo Pérez. Juego infinito”
Sylvia Navarrete
Nos conocimos en Xalapa hace 40 años —él llegaba de su estancia de tres años en Holanda, yo de París.
Entrevisto en el rancho Dos y Dos a la bailarina Rocío Sagaón, en preparación de la primera retrospectiva de Miguel Covarrubias en el Centro Cultural/Arte Contemporáneo; paso a visitar al joven ceramista Gustavo Pérez en su taller vecino “El tomate”. Se muda en 1992 a “La Pitaya” coatepecana, y desde allí me escribe ahora: “Veo el tiempo transcurrido en las miles de piezas acumuladas en mi bodega. Son más de 50 años de jugar con el barro.” ¿Cómo no seguir entregado a la arcilla, el torno y el fuego si se posee capacidad de renovación y disfrute al infinito? Su punto de partida: el torno del alfarero. Su curiosidad: dejar suceder, entre placer y frustración, los accidentes formales cuando elabora cada pieza. Su deseo: la invención. Así, en los años 1980, bifurcó hacia el dibujo y sobre la tierra húmeda de sus vasijas compuso partituras cuneiformes de música petrificada. Son ya clásicas esas vasijas de fondo azul y superficie esgrafiada, pellizcada o desprendida en delicadas rendijas que desmienten la función utilitaria del objeto en cerámica. Gustavo Pérez llevó al prodigio creativo lo que otros confinaron a lo comercial, al bibelot o a la investigación inconsecuente.
Esta exposición del Seminario de Cultura Mexicana presenta asimismo experimentos escultóricos inéditos, que maridan torno, pastillaje y color. Se resumen en tres series: secuencias que describen cada etapa de la metamorfosis de un cilindro en humorísticas compresiones volumétricas; desarrollos orgánicos que, al recortarse y enrollarse en crudo, configuran laberintos o maquinarias blandas en expansión asimétrica; y construcciones geométricas, ensambladas con placas seccionadas, que diseñan maquetas arquitectónicas, torres que giran en espiral sobre su eje, pirámides de caras descentradas. Todas las obras acusan proporciones perfectas; algunas están pigmentadas con pincel en tersas capas de azul, verde y ocre —otra feliz innovación del artista.
Gustavo Pérez es un asceta, un esteta y un gozador. La acción imprevisible del horno en alta temperatura exacerba en este eterno insatisfecho la disciplina de comprender el barro. En 1993 me mandó una postal con un autorretrato de Rembrandt y esa frase al reverso: “De lo más terapéutico que hay: cada vez que te sientas demasiado bien, cinco minutos de Rembrandt te volverán infaliblemente a la realidad. ¡No falla!” A la exigencia maniaca y el refinamiento oriental, aúna un desapego de falso modesto cuando, acerca del conjunto de relieves que colgó a la intemperie en el jardín del Seminario, dice que “¡son cacharros, se pueden lavar!” El talento inigualable de Gustavo Pérez suma oficio magistral, sentido plástico, armonía y pasión. Y corazón, desde el cual no puedo evitar evocarlo nuevamente.